jueves, 15 de diciembre de 2011

El Fuego de su Perdón

La esencia de Dios, es su amor y su absoluta santidad. Su amor es incondicional para todos, de igual forma el perdón está accesible a todos y es como un fuego que purifica nuestras almas para ser aceptables a Dios otra vez. El perdón divino se recibe como respuesta a un genuino arrepentimiento y confesión de pecados. Sabemos que Dios es Santo, y no puede ignorar el pecado, él ama al pecador, pero aborrece el pecado.

Dios necesitó de un sustituto que muriera por toda la humanidad, este es Jesucristo. El Maestro fue pródigo en amor y palabras de vida, sin embargo, jamás titubeó en condenar el pecado. Jesús se hizo pecado en la cruz, “maldito todo aquel que muera en un maderoDt. 21:22-23, por nosotros se hizo maldición y pecado, para que en él alcanzáramos salvación, a través del perdón.

Es equivocado pensar, que nuestras ofrendas y trabajos en la expansión del reino de los cielos, podrán obtener una pizca de lo que se logra por el arrepentimiento. Dios ordena a los hombres que se arrepientan “Hagan, pues, frutos dignos de arrepentimiento...” Lc. 3:8, y sean santos. Recordemos que lo que perdemos por la desobediencia, no se puede recuperar por el sacrificio. “Un gramo de obediencia, es mejor que una tonelada de sacrificio”. Es mejor ser sensibles y obedientes a la voz divina en su momento apropiado, y no desear cubrir nuestra falta de responsabilidad, haciendo muchas cosas cuando nosotros lo queramos o determinemos. Una respuesta oportuna puede brindarnos una gran bendición, o incluso salvar una vida “Sepa que el que haga volver al pecador del error de su camino, salvará de muerte un alma, y cubrirá multitud de pecados” St. 5:20.

El salmista David, interpreta de forma excepcional, la carga del pecado y la libertad del perdón: “Bienaventurado aquel cuya transgresión ha sido perdonada y cubierto su pecado. Bienaventurado el hombre a quien Jehová no culpa de iniquidad y en cuyo espíritu no hay engaño.

Mientras callé, se envejecieron mis huesos en gemir todo el día, porque de día y de noche se agravó sobre mí tu mano; se volvió mi verdor en sequedades de verano. Mi pecado declaré y no encubrí mi iniquidad. Dije:”Confesaré mis rebeliones a Jehová”, y tú perdonaste la maldad de mi pecado” Sal. 32: 1-5.

El perdón se manifiesta en dos esferas, en la humana, y en la divina. Jesús enseña a orar a sus discípulos diciendo: “Y perdónanos nuestros pecados, porque también nosotros perdonamos a todos los que nos deben Lc. 11: 4. El texto se refiere al perdón de pecados. Sólo Dios perdona pecados. También menciona perdón de deudas. El hombre perdona deudas y ofensas. Las Sagradas Escrituras, arrojan luz sobre la gran obligación del creyente de perdonar a su prójimo. El hombre que no quiere perdonar a los que les ofendieron, no espere el beneficio del perdón divino.

Jesucristo, relata una interesante parábola diciendo: “Por lo cual el reino de los cielos es semejante a un rey que quiso hacer cuentas con sus siervos. Y comenzando a hacer cuentas, le fue presentado uno que le debía diez mil talentos.

A éste, como no pudo pagar, ordenó su Señor venderle, y a su mujer e hijos, y todo lo que tenía, para que se pagase la deuda. Entonces aquel siervo, postrado le suplicaba, diciendo: Señor, ten paciencia conmigo, y yo te lo pagaré todo. El señor de aquel siervo, movido a misericordia, le soltó y le perdonó la deuda.

Pero saliendo aquel siervo, halló a uno de sus consiervos, que le debía cien denarios; y asiendo de él, le ahogaba, diciendo: Págame lo que me debes. Entonces el consiervo, postrándose a sus pies, le rogaba diciendo: Ten paciencia conmigo, y yo te lo pagaré todo. Más él no quiso, sino fue y le echó en la cárcel, hasta que pagase la deuda.

Viendo sus consiervos lo que pasaba, se entristecieron mucho, y fueron y refirieron a su señor todo lo que había pasado. Entonces, llamándole su señor, le dijo: Siervo malvado, toda aquella deuda te perdoné, porque me rogaste. ¿No debías tú también tener misericordia de tu consiervo, como yo tuve misericordia de ti? Entonces su señor, enojado, les entregó a los verdugos, hasta que pagase todo lo que debía.

Así también, mi Padre celestial hará con vosotros si no perdonan de todo corazón, cada uno a su hermano sus ofensas” Mt. 18: 23-35.

El perdón a nuestro prójimo es tan vital, que Jesús lo enseñó personalmente a sus discípulos mediante esta parábola. De igual forma nosotros debemos detenernos y meditar en esta poderosa verdad, observando nuestras vidas, tal vez encontremos en nuestro corazón alguna atadura que amerita pedir perdón, ó perdonar a algunos de nuestros semejantes. Jamás dejemos que el olvido o el orgullo nos detengan en avanzar hacia el perdón de los hombres, y por supuesto al de Dios también.

Existen hijos, que fracasan en la vida por el pecado de sus padres. Cargan con las nefastas consecuencias de la vida impía de sus progenitores. Comúnmente, hijos que fueron abusados o violentados por sus padres, llevan secuelas internas, que sólo Dios puede sanar. Un gran porcentaje de hijos de padres alcohólicos o fumadores compulsivos, arrastran enfermedades físicas y mentales. Es urgente romper con la cadena de dolor y pecado que se transmite generación tras generación. La oración de fe, la gracia de Dios, y el poder del perdón, son ingredientes fundamentales para la sanidad integral del hombre.

Miles de hijos, se vieron liberados de angustia y una pobre imagen de sí mismos, cuando lograron perdonar a sus padres, e incluso a sus enemigos. Dios sabe cuánto poder hay en perdonar, es por eso que la esencia del evangelio es el arrepentimiento personal, con el consiguiente perdón de pecados. La ausencia de perdón, ata, pero el perdón libera. El rencor trae dolor y tinieblas al corazón, mas el perdón, alegría y luz.


El tema del perdón es fundamental. Debe ser tópico recurrente en nuestros sermones, y de uso práctico en la vida diaria. Jesucristo fue consultado sobre este particular. Con las siguientes palabras: “Entonces se le acercó Pedro y le dijo: Señor, ¿Cuántas veces perdonaré a mi hermano que peque contra mí? ¿Hasta siete? Jesús le dijo: No te digo hasta siete, sino aun hasta setenta veces siete” Mt. 18:21-22. Con esto el Maestro nos enseña que debemos perdonar todas las veces que sean necesarias, y este perdón debe ser con todo el corazón como si fuera la primera vez.

Conozcamos la experiencia de una misionera cristiana, de origen judío, que predicaba en Europa. La predicadora anunciaba con mucha fuerza la doctrina del arrepentimiento y el perdón. Aquella misionera había estado prisionera en un campo de concentración, en la pasada segunda guerra mundial. El Espíritu Santo sacudió las conciencias de la numerosa audiencia, mientras se acercaban al altar, para entregar sus vidas a Dios.

Cuando la predicadora oraba por los nuevos conversos, pudo reconocer, aunque con dificultad, a uno de los hombres frente al altar. Los recuerdos de un pasado muy doloroso se agolparon en su mente. Justo allí estaba él ya anciano guardia que había causado mucho dolor a sus padres, en aquel campo de concentración. Ella había perdido a sus padres en aquel lugar, y esto la marcó toda su vida. Ahí estaba ella, anunciando el perdón de Jesucristo, mas su corazón estaba atado al lúgubre pasado. Ella miró a aquel hombre fijamente, mientras oraba al Señor poder perdonarle. La unción cayó sobre sus vidas, y ella no sólo lo perdonó, sino que lo abrazó y oró por su salvación.

La gracia ardiente del perdón, restauró la vida de aquella predicadora herida, llevándose completamente sus temores. El rencor nos ata, mas el perdón libera “El Dios de nuestros padres levantó a Jesús, a quien vosotros matasteis colgándole en un madero. A éste, Dios ha exaltado con su diestra por Príncipe y Salvador, para dar a Israel arrepentimiento y perdón de pecados” Hch. 5: 30-31.

El perdón, comúnmente lo entendemos como el olvido al punto máximo. Tanto como no recordar nombres o situaciones que nos afectaron. El perdón, debemos entenderlo como un cambio de actitud hacia las circunstancias y personas involucradas. La predicadora antes mencionada, guardó por muchos años, amargura y rencor por el guardia. Cuando vio a aquel hombre, supo que todavía estaban ahí los mismos sentimientos de impotencia y dolor que sintió en el campo de prisioneros. ¿Cuándo perdonó realmente? Ella pudo perdonar, cuando impulsada por el amor de Dios, terminó abrazando al ex militar, y oró por la salvación de este.

El evangelio de Lucas nos revela una apasionante parábola, ésta nos habla del gran amor perdonador de un padre. Había un hombre rico, que tenía dos hijos, y el menor le dijo a su padre: “Dame la parte de la herencia que me toca”. Entonces el padre repartió la herencia entre sus hijos. Pocos días después el hijo menor vendió su parte de la propiedad, y con este dinero se marchó muy lejos. Estando en otro país, derrochó todo lo que tenía, llevando una vida desenfrenada.

Cuando el muchacho se gastó todo su dinero, hubo una gran hambre en aquel país. Al encontrarse solo y pobre, se acercó a un hombre de aquel lugar para pedir trabajo. Aquel lugareño lo contrata para dar de comer a los cerdos en su campo. El muchacho, sintiendo hambre, anhelaba comer de las algarrobas con que se alimentaban los cerdos de su patrón, pero nadie le daba.

Al fin se puso a pensar: ¡Cuántos trabajadores en la casa de mi padre tienen comida de sobra, mientras yo aquí me muero de hambre! Por fin se puso en pie y comenzó el largo camino al hogar. Mientras caminaba, pensaba diciendo: “Padre mío, he pecado contra Dios y contra ti; ya no merezco llamarme tu hijo; trátame como a uno de tus trabajadores.

Cuando todavía estaba lejos, su padre lo vio y sintió compasión de él. Corrió al encuentro de su hijo menor, y lo recibió con besos y abrazos. El hijo le dice: “padre mío, he pecado contra Dios y contra ti; ya no merezco llamarme tu hijo”. Pero el padre con muchísimo amor, ordenó a sus criados que trajeran deprisa la mejor ropa para vestir al muchacho. Además, mandó también ponerle anillo en su mano, calzado en sus pies. Trajeron un becerro engordado y lo mataron, para celebrar un gran banquete en honor al hijo menor, recién llegado a su casa.

Las palabras del padre, estaban cargadas de gracia para su hijo, revelando que no le guardaba rencor por su necia acción: “Vamos a celebrar con una gran fiesta, porque este mi hijo que estaba muerto y ha vuelto a vivir; se había perdido y lo hemos encontrado”. Cuanto será el gozo de Dios el Padre, cuando una persona deja el pecado, y vuelve su corazón a su Creador. Hay millones de personas que aun vagan por el mundo, muertos en delitos y pecados, sin saber, o sin desear, recibir el perdón divino y alcanzar la vida eterna.

El profeta Oseas, levanta su voz como trompeta, y anuncia a Israel su rebelión. Dios le entrega un poderoso mensaje, cuyos principios, son valores eternos.

“Vuelve, oh Israel, a Jehová tu Dios; porque por tu pecado has caído. Llevad con vosotros palabras de suplica, y volved a Jehová, y decidle: Quita toda iniquidad, y acepta el bien, y te ofreceremos la ofrenda de nuestros labios.

No nos librará el asirio; no montaremos en caballos, ni nunca más diremos a la obra de nuestras manos: Dioses nuestros; porque en ti el huérfano alcanzará misericordia.

Yo sanaré tu rebelión, los amaré de pura gracia; porque mi ira se apartó de ellos. Yo a Israel seré como rocío; él florecerá como lirio, y extenderá sus raíces como el Líbano. Se extenderán sus ramas, y será su gloria como la del olivo, y perfumará como el Líbano. Volverán y se sentarán bajo su sombra; serán vivificados como trigo, y florecerán como la vid; su olor será como vino del Líbano” Os. 14: 1-7

Las Sagradas Escrituras revelan un fascinante episodio. Cuando el rey David logró ascender al trono de todo Israel, llamó a sus consejeros para consultar si quedaba vivo alguno de la familia de Saúl. Normalmente cuando reinaba una nueva dinastía, esta se encargaba de aniquilar a la anterior casta reinante. Sin embargo, el propósito de David era hacer bien a algún sobreviviente de la familia de su antiguo señor.

Había un sirviente de la familia de Saúl, llamado Sibá, al cual llamaron para que se presentara ante David. Cuando Sibá se presentó, le preguntó el rey: ¿Queda todavía alguno de la familia de Saúl por quien yo pueda hacer algo en el nombre de Dios? Sibá respondió: Existe todavía un hijo de Jonatán, que es inválido de los dos pies 2° S. 4:4. Este hijo inválido era Mefi-boset, que vivía en el barrio pobre de Lodebar, en casa de Maquir.

Entonces el rey David ordenó que lo trajeran de aquel lugar. Podemos imaginar lo sorprendido que estaba este nieto de Saúl, agobiado por sus largos años de abandono, pobreza y enfermedad. Las Escrituras narran con certeza, diciendo: K Cuando Mefi-boset llegó ante David, se inclinó en señal de reverencia. El noble monarca, se dirige a su invitado, diciendo: “No tengas temor, porque yo te voy a tratar bien, en memoria de Jonatán, tu padre. Haré que se devuelvan todas las tierras de tu abuelo Saúl, y comerás siempre a mi mesa” Pero Mefi-boset, se inclinó otra vez y habló al rey con mucha humildad, señalando que no era digno de recibir tal honor de su Señor, pues Mefi-boset se consideraba como un perro muerto. Una expresión típica de aquel entonces, para señalar indignidad.

Finalmente David devolvió las tierras de Saúl a su nieto Mefi-boset, junto con sus criados. Mefi-boset, comía cada día a la mesa del rey, y vivía en el palacio en Jerusalén 2° S. 9:7. Todos sabían que a la hora de comer, aquel salón se llenaría con la presencia de los príncipes y nobles, de los capitanes y por supuesto del rey David. Por los largos pasillos del palacio, se desplazaba con dificultad Mefi boset, al estar por fin en el comedor las miradas de todos se dirigían momentáneamente hacia él; luego de ubicarse en su silla, parecía tan sano y tan digno como el que más. La mesa ocultaba sus deficiencias, al igual que el pecador que encuentra a Cristo, es restaurado y borrados sus pecados. Dios nos da vida espiritual y eterna y nos provee comunión con él. Cuán grande es la gracia divina de invitarnos cada día a tener comunión con él, y gozar de sus bendiciones “¿Quién como Jehová nuestro Dios, que se sienta en las alturas, que se humilla a mirar en el cielo y en la tierra? Él levanta del polvo al pobre, y al menesteroso alza del muladar, para hacerlos sentar con los príncipes de su pueblo” Sal. 113:5-8.


Cuan precioso ejemplo de gracia y misericordia, del cual no estamos lejanos. Dios en su infinito amor, en vez de destruirnos por nuestros pecados, nos llama a su presencia para redimirnos. El fuego purificador del perdón divino, nos hace legalmente hijos de Dios, pudiendo gozar de las bondades del Reino de los Cielos Juan 14_1-3.

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