jueves, 15 de diciembre de 2011

Conclusión

Al recorrer las páginas de este libro, se ilumina nuestra mente, con los conceptos fundamentales de un hombre de Dios, un Hombre de Fuego. En nuestra travesía, pudimos conocer claves para desarrollar el carácter y la unción que Dios nos ha provisto. Si hacemos de Cristo, nuestro modelo de vida por excelencia, estaremos bien encaminados a llegar a la estatura de un “varón perfecto”. Dios, tiene preparado para nosotros grandes bendiciones espirituales, prosperidad financiera y salud física. Él ya pagó por nuestro bienestar, por una vida abundante y victoriosa. Sólo debemos creerle y avanzar con fe, sustentados en sus poderosas promesas contenidas en las Sagradas Escrituras. Las que son la gran herencia para el pueblo de Dios de todos los tiempos.

La santidad, es el atributo principal de Dios. Hecho que nos obliga indeclinablemente a ser santos también. La santidad agrada a Dios, y él la exige de sus criaturas. Todo pecado, es primeramente un pecado contra Dios. El pecado, atenta contra la pureza infinita del Creador, por tanto, si pretendemos estar con él por toda la eternidad, debemos comenzar a desarrollar vidas santas. “Seguid la paz con todos, y la santidad, sin la cual nadie verá al SeñorHe. 12:14. El Hombre de Fuego, será santo también, apartado para el exclusivo y glorioso uso del Dios Omnipotente. El Hombre de Fuego, hará maravillas, y llevará a cabo grandes conquistas y revoluciones, y será pionero en ganar almas para el más poderoso Reino que jamás tendrá fin, es decir, el Reino de Jesucristo. El Rey de reyes y Señor de Señores.

Fuimos confrontados, para ser libres del temor. Reconocimos que la fe y el temor se anidan en el corazón. Sin embargo, la fe expulsa al temor que hay en nosotros. La fe, es una llave maestra al poder del Reino de Dios. La fe mueve montañas, rompe los yugos de impiedad, abre puertas de bendición, y desplaza el temor de nuestro corazón.

El Hombre de Fuego, hace de la valentía una forma de vida, un caminar diario, un galardón por preservar. Nadie obtuvo tanta victoria como Jesucristo, nadie ha tenido tanta valentía como él. Enfrentó sólo la cruz, al diablo, la muerte, y llevó la carga del pecado de toda la humanidad. Sus discípulos huyeron atemorizados, su familia observó de lejos su martirio. Los miles que habían sido sanados y liberados de espíritus inmundos, clamaron a viva voz: “crucifícale” “crucifícale”. A pesar de todo esto, Jesucristo conquistó la mayor de las victorias de todos los tiempos. Derrotó al diablo, a la muerte, al poder del pecado, y pagó el precio de la Salvación de toda la humanidad, y superó todos sus temores y límites humanos.

Cuando hablamos de Hombres de Fuego, hombres de fe, hablamos de creyentes valerosos que conquistaron reinos, hicieron justicia, alcanzaron promesas, taparon bocas de leones, apagaron fuegos impetuosos, evitaron filo de espada, sacaron fuerzas de debilidad, se hicieron fuertes en batallas, y pusieron en fuga ejércitos extranjeros. Además, otros fueron atormentados, no aceptando el rescate, a fin de obtener mejor resurrección. También experimentaron oprobios, azotes y, a más de esto, prisiones y cárceles. Estos hombres fieles, de los cuales el mundo no era digno He. 11.

El poder del perdón, nos abre una puerta a la restauración interior, y a la sanidad del alma. Conocimos como la ausencia de perdón, puede atar a la persona. El arrepentimiento y el perdón, son doctrinas determinantes en la evangelización del mundo y también en el desarrollo de las relaciones interpersonales. El perdón, nos permite despojarnos de pesadas cargas, que no hacen otra cosa que subyugarnos. Dios, es nuestro modelo de perdón por excelencia. Cuando Jesucristo fue crucificado y era injuriado por los sacerdotes y el pueblo enceguecido, Cristo exclamó, diciendo: “Padre, perdónales porque no saben lo que hacen” y luego de unos minutos dio por concluida su obra salvífica. El fuego del perdón purifica nuestras almas y quema nuestros yugos de esclavitud. Gloria a Dios.

Las oraciones de poder, son aquellas oraciones de fe, humildad y osadía, que nos conducen a una relación profunda y fructífera con Dios. No en una oración fugaz, sino más bien, en una vida de oración sistemática y persistente. La fe, el amor, y el pedir con audacia, son componentes vitales de una oración exitosa. Juan Wesley, dijo: “Al parecer, Dios está limitado por nuestras oraciones. Él no hará nada por nosotros, a menos que oremos por eso” Parece exagerado, pero tiene mucha. Dios quiere que seamos protagonistas de la historia, y no sólo espectadores. Él nos obliga a participar, a través de la oración. Si queremos que algo importante suceda, pidámoslo con fe, y vendrá.

La oración produce el contacto y la intimidad necesaria, para estar en armonía con nuestro Hacedor. Cuando oramos, nos adentramos en terreno espiritual, lo que nos permite crecer y madurar como creyentes. La ausencia de una dieta equilibrada de oración, produce “anorexia espiritual”, de pronto creemos que ya no necesitamos de la oración, o que hemos orado demasiado.

“Vigilen y oren siempre, para que no entren en tentación; el espíritu a la verdad está dispuesto, pero la carne es débil” Mr. 14:38 (traducción del autor).

Dios, quiere que todos sus hijos tengan salud y prosperidad financiera. En el mundo de hoy, con todas sus presiones económicas, la Palabra de Dios, nos da la clave para lograr una economía sana. La planificación, el presupuesto familiar, pagar los diezmos y ofrendar con generosidad, son remedios infalibles a todo presupuesto. Cuando somos responsables con nuestros ingresos, y estos no superan los gastos, el resultado es siempre tranquilidad. Una siembra generosa, en el fértil campo del Reino de Dios, a través de las ofrendas y los diezmos, trae ricos y abundantes dividendos al inversor.

El Espíritu Santo, realiza una obra preciosa en el creyente. El Espíritu viene a nosotros a hacer morada, comenzando así el proceso de santificación total. Nuestro encuentro con el Espíritu de Dios, nos hace nacer a la vida espiritual, y forja nuestro carácter, de acuerdo a los valores cristianos. El Espíritu Santo, nos reviste de poder y unción, y sus dones son derramados sobre la iglesia, otorgados para hacer más eficaz la evangelización. Jesucristo es nuestro modelo de hombre ungido, la plantilla con la cual nos debemos comparar. El ministerio, y toda la obra expiatoria del Cristo es realizada a través de la gracia y el poder del Espíritu Santo.

La autoridad del creyente, es una de las verdades más reveladoras del cristianismo. Una vida victoriosa, no es una casualidad, sino, un proceso. En este proceso se desarrolla la fe y la comunicación con Dios, a partir de la oración. Todo lo que el hombre cree, ora y proclama con autoridad en la perfecta voluntad de Dios, será hecho. Los Hombres de autoridad siempre lucharán contra las fuerzas del diablo y los obstáculos de la vida, pero saldrán plenamente victoriosos.

Debido a esto, es vital entender que el cristiano, tiene “todo el potencial de Cristo” en su vida y ministerio. Es urgente, que dejemos atrás, el desequilibrio de la baja autoestima y el delirio de grandeza, para recibir el poder del Espíritu Santo. Encontramos en las promesas bíblicas, una amplia avenida al poder. Las palabras de un Dios veraz, hace que sus promesas sean infalibles. Creerlas y anunciarlas, nos llena de bendiciones y autoridad.

Debemos vivir por fe, pues la fe desata los recursos de Dios sobre nosotros. El que vive por la fe, ejerce dominio y control. Nuestra autoridad, está ligada a la obediencia a Dios. El apóstol Santiago instruye acertadamente, diciendo: “Sométanse, pues, a Dios; resistan al diablo, y huirá de vosotros” Stg. 4:7.

Como cristianos y Hombres de Fuego, tenemos el gran reto de conquistar a la humanidad perdida, y llevar a la iglesia al mayor avivamiento que la historia haya registrado jamás. Las Sagradas Escrituras, nos animan diciendo: “Porque la tierra será llena del conocimiento de la gloria de Jehová, como las aguas cubren el mar” Hab. 2:14. Edifiquemos un altar de alabanza a nuestro Dios. Quien busca adoradores que le adoren en espíritu y en verdad. Varones de fuego, conforme al corazón de Dios.

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